Estado
El Estado es la gran construcción institucional de las sociedades.
Hegel fue el primero en comprender este hecho y en verlo como la cristalización
de la razón, como el momento más alto de la racionalidad humana. Tenemos
dificultades para entender esta afirmación porque en general vemos a nuestros
Estados como instituciones normativas imperfectas que siempre necesitan
reformas (en el sistema constitucional-legal) y como instituciones
organizativas pobladas de funcionarios y políticos llenos de problemas, tanto
administrativos como éticos (en el aparato del Estado o administración
pública).
Pero esta diferencia entre el proyecto y la realidad no le quita al
Estado su naturaleza de producto de la voluntad humana, de búsqueda mediante la
racionalidad. Mientras una economía y una sociedad sin Estado son el reino de
la necesidad, el Estado es el reino de la libertad y la voluntad humanas. En la
economía y en la sociedad, cada uno defiende sus intereses y, solo en forma
secundaria, colabora con los demás; ambas cosas se realizan de manera
desordenada. No existen objetivos comunes ni hay elecciones colectivas. Por
eso, cuando los economistas que se autodenominan «liberales» buscan desarrollar
teorías sobre la sociedad y la economía sin considerar el Estado y la política,
terminan cayendo inevitablemente en el vicio del determinismo. Un determinismo
propio de las ciencias naturales, pero que atrae a los economistas en la medida
en que vuelve su ciencia más «científica», aparentemente más precisa y con
mayor poder de explicación. En realidad, la economía, convertida en una
disciplina determinista gracias a simplificaciones radicales respecto del
comportamiento humano, resulta engañosa, porque existe un elemento de libertad
e imprevisibilidad en cada ser humano y porque el comportamiento social no es
la mera suma de los comportamientos individuales. Reunidos en sociedad, los
individuos comparten valores y creencias y construyen instituciones que cambian
los patrones de comportamiento social. Es a través de la construcción del
sistema constitucional-legal dotado de legitimidad y efectividad (el Estado) y
a través de las demás instituciones sociales como los ciudadanos transforman su
sociedad de acuerdo con esos valores.
Por lo tanto, para intentar entender la sociedad y la economía
debemos considerar también el Estado, el gobierno y las demás instituciones que
lo integran. Como dice Karl Polanyi, «el liberalismo económico leyó
erróneamente la Revolución Industrial porque insistió en analizar los
acontecimientos sociales desde el punto de vista económico», porque creyó en la
«espontaneidad» del cambio social ignorando «las verdades elementales de la
teoría política y la competencia para gobernar (statecraft)» 4. Incluso
si están preocupados por sus propios intereses, los ciudadanos son libres
cuando también se muestran capaces de regular la sociedad y la economía,
organizar el bien común, construir su nación y su Estado; en síntesis, cuando
pueden cambiar para mejor su destino. El éxito en esta tarea es, desde luego,
siempre relativo, pero si creemos en el progreso podremos rechazar las visiones
pesimistas y pensar que el reino de la libertad va, poco a poco, imponiéndose
al reino de la necesidad, y que los hombres, a través de la construcción del
Estado, van gradualmente dando forma a sociedades más prósperas, libres, justas
y cuidadosas del ambiente. El Estado social –o Estado de Bienestar– que las
sociedades europeas, principalmente las escandinavas, construyeron, está lejos
de ser el paraíso, pero es una señal significativa del progreso alcanzado. Y el
mismo que el neoliberalismo quiere acabar porque será amigo y amiga’? y nos no
dejen construir un Estado socialista, porque los estado mas poderoso no lo permiten, porque es
un instrumento imperfecto no solo porque somos imperfectos sino porque ese
nuestro jamas se identifica con el todos, ni con la voluntad general de
Rousseau. Tenemos que lograr como orden juridico la realizacion concreta de la
libertad
El Estado, como orden jurídico, es la realización concreta de la
libertad y la razón humanas. Es nuestro instrumento de acción colectiva por
excelencia. Pero es un instrumento imperfecto, no solo porque somos imperfectos
sino porque ese «nuestro» jamás se identifica con el de todos, ni con la
voluntad general de Rousseau. En cada sociedad necesitamos saber quién es el
«nosotros» que construye el Estado y lo usa como instrumento para alcanzar sus objetivos.
Cuando Marx y Engels, en el Manifiesto
comunista, definieron el Estado como «el comité ejecutivo de la
burguesía», se estaban desvinculando del Estado. Le estaban negando
racionalidad y legitimidad. Y tenían razón, porque el Estado de aquella época
era autoritario y liberal: afirmaba la libertad individual pero negaba la
libertad política de votar y ser votado –de participar en el gobierno–. Y
también tenían razón en la medida en que las dos formas mediante las cuales la
sociedad se organizaba políticamente para determinar las acciones del Estado
–la nación y la sociedad civil– eran ellas mismas autoritarias, en la medida en
que todo el poder estaba concentrado en una burguesía emergente y una
aristocracia decadente. Pero incluso en aquella época –o en aquella fase del
desarrollo– la constitución de un Estado-nación pasaba también por la lucha de
los pobres y de los trabajadores, ya que la burguesía en ascenso los necesitaba
para alcanzar la independencia o la autonomía nacional; es decir, para formar
su propio Estado-nación. Entonces, aun cuando no resultarían los más
beneficiados por la construcción del Estado-nacional, los trabajadores sabían
que ese sería –o podría ser– su instrumento de acción colectiva. Por eso,
lucharon por la construcción del Estado y luego por la forma democrática de ese
Estado. En este sentido, hay que comprender que la democracia no existe
independientemente del Estado: la democracia es el régimen político basado en
el derecho a la participación popular en el gobierno de un Estado. Los países
más desarrollados poseen un Estado democrático y social porque no solo el
propio Estado, sino también la sociedad civil y la nación se democratizaron
internamente, porque la desigualdad económica y política disminuyó. En las
sociedades de este tipo, los trabajadores y los pobres, aun cuando continúen
teniendo menos peso que las elites, han logrado alcanzar alguna participación
en la definición de los rumbos de la acción colectiva.
El Estado moderno regula los mercados desde su primera forma
histórica, el Estado absoluto. Este surgió de la alianza de las oligarquías
terratenientes y militares con la naciente burguesía. Poco después se
constituyó el Estado liberal, una conquista de la burguesía. La democracia
liberal de EEUU y la democracia social de Europa no nacieron de las elites,
sino del pueblo. Las elites burguesas estaban satisfechas con el Estado
liberal, con el Estado que garantizaba sus derechos civiles. Quienes pidieron
participación en la política fueron los pobres y los trabajadores. De allí
resultó, en un primer momento, el Estado democrático-liberal y, después de la
Segunda Guerra Mundial, sobre todo en los países europeos, el Estado
democrático social. En ese proceso de transición y consolidación democrática,
al contrario de lo que sucedía con las elites oligárquicas precapitalistas que
rechazaban de plano la democracia, las elites burguesas no impusieron un veto
absoluto a la democratización, ya que comprendieron que podrían continuar
apropiándose del excedente económico aun sin el control directo del Estado5. El Estado democrático hoy existente –ya sea en su
forma puramente liberal, sea en la forma social o de bienestar más avanzada– es
una conquista de los pobres, de los trabajadores y de la clase media. Y tiene
siempre como uno de sus roles fundamentales la regulación de los mercados.
Edgar Azacon
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